jueves, 2 de septiembre de 2010

Dos horas.

La vio, María sonrió y dijo "hola", ella sólo sonrió. Se acercaron, María dio besos a los que estaban allí y luego a ella. Le pareció un momento maravilloso! Hacía mucho que no la veia y apenas recordaba su sonrisa, el brillo de sus ojos, el olor de la colonia que ella misma le regaló.
María era bellísima, de piel blanca, menos en verano porque se pasaba los días tirada en la playa, rubia, con unos enormes ojos azules y una sonrisa preciosa. Le encantaba cómo era pero más le encantaba lo que era: una persona sensible, sincera, buena, simpática, inteligente, valiente, orgullosa pero capaz de darlo todo por las personas que quiere a cambio de nada. Una persona extremadamente impresionante. No podía pedirle más a una amiga. Era la amiga perfecta.
Pasaron unas horas increíbles, hablando de todo lo que les había pasado en los meses en los que no se habían visto. Las cosas habían cambiado un poco. Fue una tarde de las que ya no recorbada pasar, en todo el verano había pasado pocas tan especiales. Hubo momentos para hablar de las tristezas, María recordaba momentos malos que había vivido, pero en general la comida estuvo llena de cosas alegres. Se rieron y sonrieron mucho y dejó constancia de lo gran persona que podía llegar a ser. Le dijo algo que le llegó muy adentro.
Se despidieron con un gran abrazo, dando las gracias una a la otra: una por haber aceptado ir a comer con ella y la otra por todo lo que hacía por ella, por el apoyo que le brindaba para cualquier problema que sucediese.
"Gracias, las que tú tienes, que se dice".- dijo María.

Se fue viéndola marchar en su coche en dirección contraria y de vuelta a casa, pasó por caminos que hacía años que no pisaba y que añoraba y con una gran sonrisa en su cara.